Caín José Saramago

Imaginería de lo imposible

José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922 - Tías, España, 2010) fue un escritor portugués y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998. Entre los géneros que abordó se encuentran el relato, la poesía, la crónica y el teatro. Sin embargo, es en la novela donde despliega su mejor producción. Entre ellas, destacan El viaje del elefante, Ensayo sobre la ceguera, El hombre duplicado, etc.

Caín, publicada en 2009, es su última novela publicada en vida y la segunda en que Saramago aborda una temática vinculada a la religión católica. Si en El Evangelio según Jesucristo (1991) reescribe la vida de Jesús en base a los evangelios del Nuevo Testamento, en Caín (2009), Saramago da su versión sobre los primeros libros de la Biblia, con el foco puesto en la vida errante del asesino de Abel.

A pesar de tener un estilo que prescinde de la gramática convencional, la lectura del libro es amena porque emula la oralidad, sin caer en lo burdo de la mera transcripción del habla. En ello destaca su prosa tan personal e identificable. Por ejemplo, no utiliza guiones de diálogo en las conversaciones de los personajes.

Sin embargo, para el lector acostumbrado a la gramática tradicional, son fácilmente identificables tanto los cambios de interlocutor, marcados por la mayúscula con que comienza a escribirse después de una coma, como las pausas que producirían ciertos puntos omitidos, y la entonación que requiere la lectura de las preguntas que están escritas sin signos de interrogación. Otro rasgo distinguible es que no usa mayúsculas para los nombres propios a lo largo de todo el libro.

La prosa tiende a un barroco que se genera por esa acumulación de palabras que se concatenan entre comas, que juntas forman oraciones extensas, y que a su vez rematan en párrafos más extensos aún. Ese trabajo de orfebrería en que se sustituyen puntos por comas hace que Saramago acerque su prosa a la música poética del lenguaje cotidiano, despojándolo de las ataduras sintácticas.

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Caín, editorial Alfaguara, 2009, 189 páginas (Twitter).

La novela está narrada en tercera persona. Es un narrador omnisciente que, sin embargo, por momentos afirma no conocer ciertos aspectos concretos de los acontecimientos, como si no tuviera todos los datos. Narra hechos fantásticos e irreales con la naturalidad y convicción del que lo hace sobre algo verdadero, comprobable o hasta documentado, lo que lo asemeja a un trabajo historiográfico. Es un narrador que también hace digresiones, donde usa la primera persona del plural para dirigirse al lector y en las que trata de justificar hechos que de otra forma sería difícil que se los asimile, como si se anticipara a lo que el lector podría pensar.

Aparecen, en algunos pasajes, escenas eróticas que están construidas, más que por lo que se dice, por aquello que se omite, lo que deja mucho a la imaginación del lector. Con ello, las escenas ganan mucho más que si fuesen minuciosamente descriptas y evitan caer en lo vulgar. Así, el autor retrata situaciones comunes de aquellos primeros años donde el incesto era moneda corriente, ya que no había directivas ni leyes que dispusieran lo contrario o lo prohibieran y la homosexualidad era condenada por el hecho de no estar destinada a la procreación.

La estructura de la novela no sigue la cronología de la historia bíblica como es contada en los textos del Antiguo Testamento; sigue la cronología de la vida de Caín en sus viajes en el tiempo, que salta de un episodio a otro, sin saber muy bien por qué o para qué, cosa que no queda nunca en claro.

Caín, condenado a vagar por el mundo sin rumbo aparente, se encuentra en distintos escenarios narrados en los primeros pasajes de la Biblia, en los que se convierte en testigo privilegiado de los sucesos más relevantes. En esos caminos inciertos, se topa con personajes bíblicos de distintas épocas y lugares: Abraham, Moisés, Noé, entre tantos otros, reconocibles según el conocimiento que se tenga en materia religiosa judeocristiana. Además, llega a intervenir en algunos episodios. Por ejemplo, evita que Abraham mate a su hijo en sacrificio a Dios.

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Saramago, el segundo premio Nobel de la historia de Portugal (Twitter).

Pero lo que más destaca, es la visión de los actos de este ser divino que gobierna la vida de los hombres desde el inicio de los tiempos. El dios católico que se representa en el libro es semejante a los dioses de la mitología griega, con sentimientos como los de los humanos y capaces de cometer atrocidades e, incluso, errores. Es un dios celoso, envidioso, rencoroso, orgulloso, arbitrario, injusto, sanguinario, sin misericordia: “un hijo de puta” cuestionado por Saramago a través de las palabras y pensamientos de Caín y otros personajes que dudan —con razones— de su infinita bondad.

En ese recuento de las aberraciones cometidas en nombre y con ayuda de Dios, el libro se vuelve algo monótono y repetitivo, ya que de antemano sabemos que vamos a presenciar, mediante Caín, un hecho cuestionable más de los que son capaces los inescrutables —adjetivo clave nombrado en algunos momentos— caminos del Señor.

Si nos atenemos al cristianismo como tema central, podríamos nombrar dos obras de otros autores que han tenido distinta resonancia en los últimos años. La primera, aparecida en 2007, es La puta de Babilonia, del escritor colombiano Fernando Vallejo. Se trata de una diatriba contra la Iglesia católica profusamente documentada, que Saramago, en Diário de Notícias, de Portugal, calificó como “una denuncia cáustica y de auténtica crítica demoledora”. En sus páginas y sin división en capítulos, cuenta los procedimientos de la Iglesia en el derramamiento de sangre de inocentes y en el atropello a los animales. Un libro en donde es común el uso de “La Puta” para referirse a la Iglesia.

La otra, El código Da Vinci (2003), de Dan Brown, es una novela —best-seller— de misterio que ocurre en el mundo contemporáneo, pero en la que también hay una nueva versión de hechos bíblicos. En este caso, sobre la vida de Jesucristo, que, según el libro, pudo haber tenido mujer (María Magdalena) y hasta haber dejado descendencia. Todo basado en teorías conspirativas que involucran al genio renacentista italiano.

En el caso de Caín, podemos aventurar que Saramago tiene como objetivo no denunciar, sino dar una nueva mirada sobre la Biblia, un libro lleno de misticismo, alegorías y parábolas, que soportan múltiples análisis e interpretaciones. Saramago ha manifestado en varias ocasiones su necesidad de abordar la Biblia por el hecho de pertenecer a una sociedad con profundas raíces católicas, como es la portuguesa.

Para el Caín de Saramago, Lucifer se rebeló, no por envidia sino al ver la verdadera cara de Dios: su gran malevolencia. Es decir, se invierten los roles de Dios y del diablo, donde este es menos hipócrita y funciona como el brazo armado de la ley divina. Y Dios tiene sus limitaciones, no todo le es posible, característica que queda reflejada en una escena con tintes humorísticos en la que habla con uno de sus más fieles hombres en la Tierra, Josué, a quien le dice: “Haré lo posible, ya que lo imposible no se puede”.


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Es un paisano de Hurlingham, estudiante de Comunicación, crónico -que espera recibirse algún día-, maidenero de alma, simpsoniano de corazón -de las mejores temporadas, no las de ahora- y lector de memes virales.