Defensores de los sin casa
En distintas zonas del Conurbano Bonaerense y de la Ciudad de Buenos Aires, diversos grupos de personas se organizan con el objetivo de conseguirle una familia a perros y gatos abandonados.
“El de ‘Oreja’ es un caso emblemático. Vos podías ir a putear al intendente, y no pasaba nada; pero lo tocabas a Oreja, y todo San Miguel se te iba encima”, cuenta Marina, una proteccionista local.
Oreja es un perro que vivía en el centro de San Miguel, y uno de los tantos que la asociación “Amparo Animal” logró dar en adopción. Así como la historia de Oreja, hay muchas otras, guardadas en la memoria y en las fotos de los proteccionistas de diversas organizaciones. Algunas son más felices, y otras, en cambio, producen esa sensación extraña de tristeza que se mezcla con emoción, y cuesta más escribirlas. Una de estas es la historia de Luna.
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Un miércoles por la mañana, en una cafetería cercana a la estación Ángel Gallardo de la Línea B de Subte, Claudia y Patricia recuerdan sus comienzos en la organización proteccionista “Ángeles de Animales Sin Techo” (ADAS). La charla, de casi dos horas, engloba risas, lágrimas y un conjunto de anécdotas. En ella se acuerdan de los primeros pasos de la agrupación. En aquella época, Claudia se había quedado sin trabajo, y junto con una vecina que vivía a la vuelta de su casa, comenzó a levantar perros de la calle. Los cuidaban entre ellas, y con la camioneta de Claudia, cada sábado llevaban a castrar perros y gatos al centro de zoonosis de Avellaneda. Así nació ADAS.
Hace tres años, un nene, se acercó a una amiga de Claudia. El niño le explicó que era el dueño de una perra llamada Luna, y le preguntó si podía salvarla porque iba a tener cachorros. Ella sin entender por qué él le pedía eso, se lo comentó a la proteccionista.
— Ay, ¿a vos te parece traerla? Es un quilombo. Si ya tiene familia, podemos colaborar para armarle una cuchita — contestó Claudia a su amiga.
Muchas veces sucede que las organizaciones protectoras, por cuestiones económicas no pueden hacerse cargo de todos animales que las personas quieren dejar bajo su responsabilidad. Sin embargo, intentan colaborar con esas mascotas y sus dueños de alguna manera.
Además, las protectoras de animales se mantienen solas económicamente. Para poder sostenerse, usualmente llevan a cabo diversas actividades y participan en ferias de diferentes zonas del Conurbano Bonaerense y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
— A veces a mí me desborda, porque yo quiero decirles a todos que sí. Pero sé las posibilidades monetarias que tenemos. Por más que odiemos la plata, es el medio que nos permite seguir con esto — se lamenta Claudia.
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Son las seis de la tarde de un frío sábado de junio, en la plaza de San Miguel. Allí, Marina, disfónica, se esfuerza por hablar lo más claro y fuerte posible con la gente que pasa por su stand, en la feria. Algunos se acercan a dejar su colaboración en la alcancía, que consiste en una caja de madera forrada con un papel verde. En un árbol, se encuentra apoyado el cartel de la asociación. En él, puede leerse “Amparo Animal” y un eslogan: “No compres de raza, adoptá uno sin casa”.
La organización nació en San Miguel, en los años en los que Aldo Rico era intendente. En esos tiempos, un grupo de mujeres comenzó a caminar y a golpear puertas en el partido. Así pasó un tiempo, pasaron intendentes, y un día, cuentan las organizadoras, alguien dijo — Vamos a ver qué quieren estas locas.
Al caminar por la plaza, frente a la avenida Perón, se observan otros puestos de protectoras y refugios. En algunos se vende mercadería, como pecheras de polar, huesos de plástico, collares, chapitas y correas. En otros hay mesitas con alcancías, folletos y animales que se encuentran en adopción. Los últimos dos stands son los de Mónica y Enrique. Aunque la mayoría de los puestos están separados, a estos los une el amor por los animales, y el mate que ceba Enrique.
Mónica es la creadora y coordinadora del Refugio Candelaria. En él se encarga de 180 animales. A los ocho años comenzó sus primeros pasos como proteccionista. Hoy, menciona orgullosa, tiene 52.
— Mucha gente quiere a los animales y quiere actuar, pero no sabe cómo hacerlo. El animal necesita atención, como nosotros, porque es un ser vivo. No es una cosa que la podés tener en el fondo de tu casa, y que se arregle — dice Mónica, mientras pasa el mate.
En ocasiones, a los proteccionistas, como a todas las personas que se encariñan con alguien, les cuesta dejar ir a los animales que cuidaron durante largo tiempo, pero necesitan darlos en adopción, para que los animales consigan un hogar, y para poder continuar con el trabajo que ellos realizan.
— Un día tiraron en la puerta del refugio a una perrita adulta. Después logramos darla en adopción. Debía tener un hogar. A vos te parte el alma, pero tenés que dejarlos ir, porque si no, no podés seguir con el trabajo que hacés — cuenta Mónica.
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El abandono animal en Argentina, no es considerado una forma de maltrato. Aunque se lo rechace socialmente, ninguna normativa legal ampara a los animales abandonados.
En el país, cien años antes que la UNESCO estableciera los derechos del animal, el 25 de junio de 1891, mediante un proyecto propuesto por la Sociedad Protectora de Animales, se aprobó la primera ley de protección animal, número 2.786. Esta ley declaró como actos punibles los malos tratos ejercitados sobre los animales. Posteriormente, en 1954, se sancionó la ley 14.346, que prohibió en Buenos Aires, desde entonces, el sacrificio de perros y gatos. A su vez, se comenzó a condenar con prisión desde quince días hasta un año, a quienes llevaran a cabo malos tratos o crueldad hacia los animales.
Para quienes militaron y militan a favor del bienestar animal, esos fueron los primeros grandes triunfos que se vivieron en el país. Allí comenzó el recorrido en la Argentina del proteccionismo animal. Este recorrido cada vez consigue más adeptos. Sin embargo, quienes transitan por él, afirman que hay mucho por mejorar, y que esas leyes deben actualizarse en función de las trasformaciones que a diario se producen en la sociedad. A su vez, la falta de la presencia estatal ante situaciones de maltrato, abandono, y ausencia de campañas de castración se siente a diario.
— Yo vivo en Merlo, hace un tiempo denuncié a un tipo que andaba siempre a los tiros, y que un día mató a un perro. Me planté ante él, y le dije “vos vas a pagar lo que hiciste”. Él sabe dónde vivo, y puede venir a buscarme. Supongo que no lo hace porque ya le allanaron la casa, y sus huellas están en la comisaría. Igual a él no le allanaron la casa por matar al perro, sino por la tenencia ilegal del arma — cuenta Patricia.
Un día, a Claudia la llama, nuevamente, su amiga. Finalmente había decidido llevar a Luna a la organización. El nene había vuelto a pedirle que lo ayudara. Allí le contó lo que, en verdad, sucedía.
La perra estaba preñada, y cada vez que tenía cachorritos, su tío, frente a la perra y a él, los mataba a ladrillazos.
— A veces siento que hay personas que tienen animales para sentir que algo les pertenece. Para poder decir “esto es mío, de mi propiedad” — dice Claudia, mientras se esfuerza por no llorar.
A Luna la llevaron a una pensión dónde pudo tener a los cachorros. Las pensiones, según cuentan las organizadoras, son casas grandes en las que viven personas, a las que se les paga mensualmente para que los animales vivan allí, hasta ser adoptados.
Las proteccionistas esperaron a que los perritos cumplieran los 45 días, para buscarles un hogar. En esos días, por primera vez, Luna pudo disfrutar a sus cachorros. Luego estos fueron dados en adopción. Días más tarde, castraron a la perra, porque como Claudia y Patricia comentan, no esterilizar a las mascotas, aunque parezca exagerado, también cuenta como maltrato.
En la feria Mascotas de la Ciudad, en la que ADAS tiene un stand, una familia un día decidió adoptarla. Pero Luna, una vez instalada y adaptada a su nuevo hogar, se volvió sobreprotectora de los chicos de la casa. No permitía que nadie se acercara a ellos, se ponía violenta, y en ocasiones, mordía.
— Se entiende el porqué, se entiende el trasfondo. Entonces, a mí no me digan que los animales no entienden nada. Los animales entienden todo — dice Claudia.
— Ella habrá dicho, “nunca más me van a matar un bebé” — agrega Patricia.
Entonces Luna tuvo que volver a la organización, y a los desfiles en las ferias de adopciones. Hasta que un día obtuvo su hogar. La adoptó una señora mayor, y se fue a vivir con ella a un departamento. Ahora, cada tanto las visita a Claudia y a Patricia, en el stand, y cuando las ve, enloquece.
Publicación de Zoo Salud buscando la adopción responsable del animal.
Es jueves de elecciones en la Universidad Nacional de General Sarmiento, Eleonora está en un pasillo, afuera del aula donde se desarrollan las votaciones, mientras acaricia a un perro que hace 15 días apareció en el campus. Ella tiene que entrar al salón, ya que se encuentra fiscalizando el sufragio electoral, pero está preocupada. En este día, un perro que refugia, junto a los demás profesores y estudiantes que integran la organización protectora, Zoo Salud, se perdió. Por lo que cuenta, aparentemente lo vieron por La Boca. Se habría tomado el tren desde San Miguel. Aunque sabe, a grandes rasgos, dónde se encuentra, la angustia de no poder salir a buscarlo se hace presente. No obstante, mientras piensa en él, recuerda a cada uno de los animales que, con sus compañeros, logró poner bajo el techo de un hogar.
— El lenguaje es algo propio del hombre, y es maravilloso. Pero, al mismo tiempo, es muy limitante. Los animales, aunque no pueden hablar, son muy expresivos. Las personas deben aprender a comunicarse con ellos de otra manera. Nosotros debemos encontrar la forma de entenderlos, de aprender a cuidarlos, y de estar ahí para ellos. Estos, en cambio, estarán ahí siempre — dice Eleonora.
Ya es hora de que Eleonora vuelva al aula, las elecciones aún no terminan. Pero lo interesante de todo es que parece que es cierto que los animales estarán ahí, para siempre, para acompañar a las personas. Porque el perro que ella acariciaba en el pasillo, permanece en el mismo lugar, esperándola.
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