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El trastorno del asiento

Cuando uno viaja en el tren, no sólo puede observar el paisaje que nos otorga su trayecto desde adentro hacia fuera, sino que muchas cosas interesantes podemos percibir en el interior de este transporte público. Existen cantidades de peculiaridades que tiene cada usuario que se moviliza por este medio que serían incansables de describir. Pero detenerse en una que se presenta como un patrón común en muchos de ellos es lo que hoy nos interesa. Hablamos de un trastorno que se presenta usualmente en los pasajeros: el “trastorno del asiento”. Se presenta como una necesidad imperiosa que lleva a los usuarios al extremo de realizar cualquier tipo de acción para apropiarse de un asiento, en preferencia uno que esté pegado a la ventanilla (del lado en el que el sol, si está presente, no dificulte la vista). Esta cuasi adicción a estar sentados,  no analizada por la Organización Mundial de la Salud, puede presentar distintas patologías.

Los jóvenes de aproximadamente 18 a 25 años, e inclusive algunos adultos que sobrepasan la tercera década, una vez que logran caer bajo las terribles garras de la butaca, padecen de una terrible (y casi fatal) narcolepsia. La enfermedad presente en estos sujetos ocasiona un estado vegetativo ante el primer contacto del cuerpo con el asiento. Casi un coma cronometrado, dado que su organismo de forma milagrosa parece recuperar su equilibrio ante el arribo al destino. Sin embargo, durante el transcurso del viaje, la situación de estos enfermos se agrava cuando una embarazada, niños o señoras se acercan a su propiedad momentánea. Ante esto, los sujetos se aíslan completamente de la realidad y de su alrededor, ayudados mayormente por aparatos más grandes que sus cabezas (y de una amplia variedad de colores) que emiten sonidos con el volumen propicio para provocar una sordera.

Otro caso desconocido para las enciclopedias médicas es el de las mujeres mayores de edad que están afectadas por este “trastorno del asiento”. Quizás potenciado por el desgaste de los huesos que conlleva la edad,  este trastorno provoca en ellas una desesperación extrema cuando llega el momento de subirse y emprender el viaje. Al abrirse las puertas del transporte, les surge a estas pobres padecientes una especie de ataque de ira traducido en corridas y empujones, similar a una embestida de toros que derriba cualquier cosa que se le ponga en el camino. Estas señoras se convierten en unas anárquicas completas, porque aunque en las paredes del tren existan carteles o se repita en algunas ocasiones por los altoparlantes la voz de una colega pidiendo que “respete las normas de viaje, espere que desciendan los pasajeros antes de subir a la formación”, ellas desafían todo tipo de leyes. Ante el primer espacio vacío utilizan su físico como aquellos famosos corredores que estiran un brazo o ponen la cabeza para llegar primeros a la recta final.  Lo más increíble de esta patología es que estas señoras se convierten en casi estrategas de un ataque militar. Comprenden su alrededor, analizan a sus rivales y otras potenciales amenazas que pongan en peligro su objetivo y actúan con conciencia de ello. Una táctica de las más recurrentes es el uso de un bolso, cuanto más grande mejor, para lograr fajar a los demás. Otra estrategia común son los zapatos, el emblema del glamour femenino, que les resultan a estas combatientes muy útiles para sus ataques. Es que el pisotón logra interrumpir las corridas de las demás señoras, y así les permite llegar a su tan deseada meta, que no se abandona por nada del mundo.

La lista no se queda aquí: hay otros estilos del “trastorno del asiento”, a los cuales los describimos como los “casi sanados”. Estos son aquellos que se dignan a viajar, aunque sea momentáneamente, parados. Como quien deja de fumar y observa el cigarrillo con deseo, estos pacientes muestran estar en una etapa superior a los anteriormente descriptos. Pero la mayoría no puede evitarlo, observa el asiento como si fuera una laguna de agua en el medio del desierto. Sus manos tiemblan, sus oídos perciben el movimiento de los pies, siempre alertas a que algún pasajero abandone su espacio. Los masculinos sufren si hay una mujer a su alrededor; es que la normativa social del “ser caballero” en algunos se impone ante el grito desesperado de las rodillas por tener un descanso. Sin embargo, cuando hay un asiento vacío y una mujer en sus cercanías, el hombre observa con detenimiento. La distracción de la mujer es la situación ideal para ellos, los masculinos suelen esperar un lapso de 5 segundos y el intercambio de una mirada, si en ese tiempo no hay respuesta alguna, es lo que ellos necesitan para conseguir su tan deseada butaca sin “culpa social” con la que cargar.

Dentro de “los parados” hay un último subgrupo que, por ser (por suerte) la gran minoría, me ocuparé de describir muy brevemente. Capaz los peores, son aquellos que fueron derrotados en su lucha por sentarse pero que no logran resignarse. Está compuesto mayormente por señoras que ante su situación de relegadas, tiran su última moneda al aire, que es la lástima. Suelen ubicarse en los pasillos contra asientos localizados, especialmente los de los jóvenes y ahí se encargan, como actor en un escenario, de dar su show. Gestos, muecas, ruidos, llantos de dolor, pseudo desmayos, abruptas bajas de presión: lo que sea necesario para llamar la atención y evidenciar ante la multitud la falta de respeto de la persona que no se apiada de su alma y le permite sentarse. Eso sí, como en todos los casos, una vez conseguido el objetivo, los síntomas desaparecen mágicamente.

Esta enfermedad no solo se manifiesta ante la búsqueda de adueñarse de un banco, sino en aquellos que se proclaman afortunados de haberlo conseguido. La felicidad de haber salido victorioso en su lucha, mayormente logra que los sentados se encomienden a defender su trono del transporte público con uñas y dientes. Todo parece formar parte de una idolatría a los pies, cuyo desgaste por estar parados sería casi un pecado.


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Nació en 1994 y aunque es porteño, siempre vivió en el campo. Es amante del fútbol, y sueña desde chiquito con ser un futbolista pero creció con dos pies izquierdos que le frustraron la carrera. Hizo toda su escolaridad en un colegio de orientación económica, aunque siempre supo que la comunicación era su vocación. Trabajó como repartidor y tiene un magisterio en supermercados chinos. Ahora es casi un licenciado en comunicación y es socio vitalicio de la UNGS desde el 2012. La música es su cable a tierra. Sabe usar hashtags, pero los 140 caracteres le quedan cortos para expresarse. Y si le preguntan sobre una serie o una película: seguro que no la vio.