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Exuberancia conurbana

En diferentes puntos de Argentina, las peñas folklóricas son populares por la música regional y los platos nacionales. Comunidad Mapuche agrega a esas características la particular magia del lugar. Una experiencia que sale de lo común con personas y bailes llamativos que alimentan el imaginario del desborde y el exceso.

Pablo Nogués es una localidad del partido de Malvinas Argentinas, a 39 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Acá las calles son muy distintas a las de la Capital pero iguales a las de cualquier otro suburbio del Gran Buenos Aires. Hay olor a tortilla, se escucha música frenética que se escapa de los autos y se ve cómo la gente desborda de las veredas para continuar su camino por la calle. 

A pocas cuadras de la estación Nogués del tren Belgrano Norte y frente a un gran descampado se encuentra Comunidad Mapuche, una peña que reúne lo más exuberante de un domingo en el conurbano.

Fotografía Milagros Giménez

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Es febrero y los rayos del sol parten la tierra como en pleno mediodía pero son las cinco de la tarde. Hace calor y entrar al pequeño lugar donde se reúne tanta gente no parece para nada agradable.

¡Pero que linda muchachita! ¿No entra a bailar?, me dijeron por ahí. Y pensé que hundirme entre tanta gente no podría estar tan mal. Al menos podría escabullirme de esas miradas acechantes.

Ingresar no fue fácil. La entrada era gratis pero una barrera de cuerpos cubría la puerta. Supongo que sentían el mismo calor y no lograban decidirse entre transpirar adentro, o quedarse afuera y perderse el baile.

Una vez adentro ya no me veían. Las miradas se las llevaban los bailarines y bailarinas que se movían en círculo y llenaban de magia el lugar. Quince, veinte, treinta. Era sorprendente la gran cantidad de parejas. A los segundos de entrar, la música ya no estaba y las parejas se detuvieron para tomar aire. Aire y vino. En menos de dos minutos el escenario ya tenía un cantante y al grito de un sapucai se inauguró nuevamente el baile.

Ya no queda gente sin pareja, todos y todas están bailando con una energía intensa. Avanzan en círculo y de lejos se puede observar el revoleo de manos y de pies que se pierden en la multitud. Las preocupaciones, la inflación y la suba del dólar ahora no importan. Todos desbordan de alegría.

Fotografía Milagros Giménez

Bailan excitados, apretados, transpirados y en el lugar se siente un calor de incendio. Adentro hay mucha gente y por momentos me siento en el colectivo 203 un viernes en hora pico. Asfixiada entre tantos cuerpos, tanto calor y el cansancio que se siente en el aire.

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No es grande. Un par de metros cuadrados y dos ventanas amplias  por las que entra una luz espesa. El rústico techo es alto, como el de una cabaña. Hay color, mucho. Una de las paredes es verde claro, otra lleva los colores de la Wiphala, bandera y emblema de la filosofía andina. Del techo cuelgan guirnaldas y banderines, y algún que otro cartel escrito en lengua mapuche. Las mesas largas se ubican al fondo y dejan lugar para la pista de baile. Sobre las mesas hay termos, mate, vino y soda. Todo lo demás son restos, vasos vacíos, botellas calientes y servilletas que sirvieron para limpiarse comida primero y transpiración después.

El piso es de tierra, no me di cuenta hasta que después de un frenesí de zapateos, el polvo comenzó a volar. 

Son las cinco de la tarde de un domingo de verano. María está sentada en una de las mesas. Tiene 61 años, el pelo corto y una mirada simpática que invita a sentarse con ella. Mientras espera a su marido, cuenta que vienen juntos casi todos los domingos desde hace ocho años. Les apasiona el folklore y aseguran no encontrar otro lugar en la zona con las mismas características. Narra, con una sonrisa particular, que Comunidad Mapuche se creó hace quince años como lugar de encuentro y diversión para quienes disfrutan del folklore. Lamenta haberlo encontrado tanto tiempo después.

Afuera también pasan cosas. Los bailarines se adueñaron de la calle y mientras un grupo se encarga de desviar a los autos, otros se acomodan en la vereda. Familias enteras se acercan dispuestas a pasar el día como espectadores. Traen mesas, reposeras y, mientras toman mate, eligen el mejor lugar para mirar el espectáculo.

Fotografía Milagros Giménez

Mia tiene diez años y vino con sus abuelos. Con un poco de timidez, cuenta que le agrada visitar el lugar y, aunque no baila, le gusta ver bailar. Mario, su abuelo, afirma que Comunidad Mapuche es su mejor plan de domingo y que es un lugar “sano” para toda la familia. Él tampoco baila pero ceba ricos mates.

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En la mitología griega, Hades es el guardián de los infiernos, el señor del reino bajo tierra, el rey de los muertos. Es, en consecuencia, una de las divinidades más poderosas de todo el panteón clásico, y era solo superado en poder por su hermano Zeus. Debido a su papel de señor de los muertos, Hades rara vez abandona los infiernos para visitar la tierra, por lo que pocas veces se mezcla en los asuntos de los mortales.

En la Comunidad Mapuche Hades es mujer y tiene 87 años. Sin dejar de sonreír por un segundo, cuenta que desde hace trece años viene todos los domingos y asegura que ese es su alimento para toda la semana.

Fotografía Milagros Giménez

Flaca, bajita y con un pelo blanco muy revoltoso, Hades se mueve con una gracia extrema. Luce un amplio vestido celeste y unos pequeños zapatos negros gastados de tanto uso. Con el rostro agrietado por los años transitados, sostiene una mirada profunda que sienta bien en sus ojos hundidos. Con ella es muy fácil empatizar.

Reconocida por todos y altamente codiciada a la hora de bailar, Hades se pasea entre los mortales con su vestido celeste y espera con ansias que empiece el chamamé.

Afuera, un perro también baila.

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Mayo de 2019, domingo otra vez. Lejos quedó el color de febrero y ahora todo pinta un paisaje amarronado. Hay hojas en el suelo y gente en la vereda. Mucha gente. Es un día particular, hoy se festejan los 38 años de trayectoria de Los Caté, prestigioso grupo de Chamamé. La gente se acerca, se saca fotos, se abraza. Adentro los bailarines esperan.

El cielo gris se olvida una vez adentro del lugar. Hay más banderas, más guirnaldas y unos carteles de bienvenida. En un costado se ubica la barra donde se compra la comida. La señora que atiende usa el pelo recogido y una remera que deja ver su panza. A mi lado, una mujer asegura que aunque no tengan buena pinta, esas son las mejores empanadas que voy a probar en mi vida.

-¿Hace mucho viene a este lugar?

-No, hace sólo tres meses. Vine con una amiga. Me encantó y de ahí no me perdí ni un sólo domingo.

-¿Qué te atrae?

-La gente es divertida, te hacés amigos enseguida y no hace falta saber bailar.

Laura vino sola pero está sentada junto con otras cinco mujeres. Se conocieron hoy pero aparentan ser amigas de años.

-¡Este tema me gusta!- Grita

Se toman de la mano y salen a bailar. 

Fotografía Milagros Giménez

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Comunidad Mapuche es un rejunte de mundos muy variados. Comienza el show y el cantante de Los Caté pregunta:

-¿Dónde están los santiagueños? ¿Dónde están los tucumanos? ¿Dónde los correntinos?

Y así siguió enumerando. Orgullosos de su lugar de origen, levantaban las manos gritando. Sí, hay gente de todos lados.

A la hora de bailar ya no se distinguen por provincias, son todos de acá. Un sinfín de comunidades diferentes aglomeradas en un sólo lugar. Todos bailan, cantan y alguno que otro grita un sapucai.

Según Stuart Hall, “la representación es la producción de sentido a través del lenguaje”, representar significa también simbolizar, describir, dibujar algo, hacer presente lo que está ausente. Las representaciones instalan el sentido común, y es éste, el que organiza el sentido de toda una cultura. En este proceso se filtran y moldean realidades, a la vez que reproducen y mantienen el sentido común de una sociedad.

Se puede afirmar también que el campo de las representaciones está vinculado al poder, por tanto legisla sobre el orden social. Quién es representado y quién no, quién tiene el poder de representar y quién no, estar del lado del poder o del subordinado, son cuestiones que están relacionadas con la representación como herramienta de poder.

Fotografía Milagros Giménez

En este sentido, lejos está la Comunidad Mapuche de la representación del folklore argentino que construye la imagen de un gaucho blanco con una hermosa china al lado. Se le otorga al gaucho características precisas. Se lo supone valiente, leal, fuerte, austero, curtido, solitario, arisco y nómade. Nada de eso acá se respeta.

A diferencia de cualquier otro festival de folklore, en Comunidad Mapuche no se paga entrada. Esto habilita la posibilidad de ir con poca plata, con comprar una botella de vino alcanza. Pareciera también, que es un lugar acogedor para todos aquellos que quedan por fuera de la norma: quienes no son fuertes ni valientes, quienes luchan por llegar a fin de mes, quienes toman alcohol por demás y quienes no cumplen con los parámetros de belleza establecidos socialmente. Para todos ellos el domingo es el día de la semana donde pueden bailar, comer y tomar sin prejuicios. Pareciera, que en ese rincón inhóspito del conurbano se borran los calificativos y cada cual es libre de ser quien es. 

Por este motivo, quienes asisten se muestran orgullosos del lugar y lo toman como un ritual donde no caben representaciones posibles, donde todo es aceptable, incluso el desborde y el exceso.

 


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