Se cuenta que cuando a Einstein le pidieron un CV, entregó una maltratada paginita en blanco con una pobre palabra perdida en lo alto de la hoja: “físico”. Nicolás sueña con poder hacer eso algún día, aunque, admite, difícilmente llegue a ser “tan grosso como Albert”. Endemientras, al menos dice poder jactarse de cuatro cosas en la vida: de hacer buenos asados, de condimentar bien las ensaladas, de tener muy buenos amigos y de haber leído libros como Cien años de soledad y El desierto de los tártaros. Nació en Buenos Aires hace más tiempo del que le gustaría y, unos 24 o 25 años después, se recibió de Licenciado en Letras en la UBA. Mientras, con aplomada perseverancia (y sojuzgado aburrimiento), se ocupaba de esos menesteres, empezó su carrera periodística en Télam –trabajo al que renunció porque se veía obligado a levantarse muy temprano– y luego en Página/12, junto a Leonardo Moledo, en la sección de ciencia y el suplemento Futuro. Con él, escribió Aventuras de un jinete hipotético (2013) e Historia de las ideas científicas (2014), un librito en el que se trata de explicar cómo se llegó desde las especulaciones teóricas de los filósofos griegos a la increíble detección de la así llamada “partícula de dios”. Todavía sigue tratando de explicárselo a él mismo y, confiesa, fracasa de lunes a sábados (los domingos no porque descansa). Con estos problemas en mente, hace su doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y en la Université Paris IV-Sorbonne, con una beca del CONICET, y dicta clases en la UNGS desde 2013.