Un festejo a medida_4

Un festejo a medida 

Como cualquier mercancía, el entretenimiento para eventos sociales se produce, se compra y se vende. El desafío de idear vivencias, fabricar emociones y cumplir con los más variados antojos. 

Cada vez que volvía de un cumpleaños, la pregunta se repetía: 

- ¿Qué había para comer? 

- Lo de siempre mami, palitos, chizitos, cubanitos de dulce de leche, sandwichitos de jamón y queso... 

- ¿Y qué hicieron? ¿hubo animadores? 

Supongo que a partir del interrogatorio que por cierto era bastante más largo, mi madre llevaba sus propias estadísticas inconscientes tal vez o no, proyectando mi cumpleaños con alguna cuota de originalidad. Siempre fue mi “día especial” con ropa de estreno, comida casera dulce y salada, láminas con mis personajes favoritos pegadas en las paredes y por supuesto torta temática de acuerdo al éxito del momento: Los Pitufos, She-ra, Los Ositos Cariñosos, Rainbow Brite. Amigos del colegio, primos y vecinos; música y juegos toda la tarde. Nada de esos cumpleaños enlatados, en un pelotero donde todo empieza y termina en dos horas, a lo sumo tres. ¿Y esa nueva costumbre en la que el padre, madre o tutor del invitado se quedan? Nada como sentir la libertad de correr desaforados entre el patio y el comedor con la impunidad que da la felicidad y que suprime los sermones de padres ajenos. 

Tiempo más tarde, con las primeras invitaciones a los cumpleaños de quince, los censos eventeros fueron más breves. Rápida de reflejos, ella sabía que todo terminaba abruptamente cuando rendida por el sueño y el cansancio me internaba en la habitación a dormir hasta después del mediodía. En todo eso pensaba camino a Cardales, porque ese sábado todavía templado de mayo, me deparaba un festejo, un nuevo cumpleaños de quince. La cita era en uno de esos hoteles que se venden como la síntesis perfecta entre naturaleza y confort. Lo suficientemente lejos de la ciudad para permitirse decir campo y lo necesariamente cerca para neutralizar los temores infundados de los citadinos. Nada de atuendos sofisticados, ni tiempo dilapidado en la peluquería, al menos para mí. Iba en plan de espía no tan secreto, con cámara en mano para justificar mi presencia. 

Mi informante me había contado que la cumpleañera quería recrear la atmósfera de New York, pues para su familia era habitual viajar a la Gran Manzana varias veces al año y por supuesto, hacer shopping. Las vidrieras de las marcas más emblemáticas se recreaban donde se iba a desarrollar la recepción: Victoria Secrets, Pizza Hut, McDonald’s, Hard Rock, Cosméticos Mac con maquilladoras para las invitadas. Y yo a cara lavada. La típica postal de la ciudad con los teatros de Broadway. Y yo pensando en que eso era lo más cerca de New York que iba a estar, con el dólar a cuarenta y cinco y un sueldo fagocitado por la inflación. 

Una pista de hielo con patinadoras incluidas, como la del Central Park, como la que aparece en la película “Mi pobre angelito 2” en donde los ladrones empiezan a tramar futuros robos y se preguntan dónde hay más plata en Navidad ¿en las jugueterías? Y yo tengo la respuesta. 

Más de treinta artistas ya están listos. Tres horas antes del inicio del evento llegaron en una combi desde Capital. Hace más de tres semanas fueron convocados por un productor, quien les contó en qué consistiría el trabajo, su rol, lugar, horario y tiempo, detalles del traslado y por supuesto el cachet, su sueldo. Una vestuarista los llamó para pedirles medidas, talles, número de calzado y asignarle un vestuario a cada uno. Hubo un par de ensayos con una coreógrafa porque también habrá otro show, de baile. 

Mientras chequea por décima vez el timing del evento, Gastón me explica que las productoras artísticas funcionan como nexo entre los artistas y los eventos. Él dirige una junto a un socio y a un equipo de trabajo. Además, hoy está a cargo de que todo salga bien en esta suerte de excentricidad cosmopolita. Por lo general, las productoras tienen un modelo de negocio que incluye tres áreas bien diferenciadas: por un lado los eventos corporativos que pueden incluir lanzamientos de productos, servicios o acciones publicitarias; eventos sociales como cumpleaños, bodas y aniversarios, y los culturales o deportivos como festivales de cine, conciertos y exposiciones. “Desde la productora diseñamos experiencias, creamos contenidos para todo tipo de celebraciones y los llevamos a escena”, me explica, y agrega: “El cliente nos cuenta la idea que tiene, la traducimos y trabajamos en los conceptos que van a traccionar el evento. Pueden ser puestas visuales, shows, escenografías, ambientaciones, intervenciones en espacios público o privados”. Y vaya que lo logran. 

Ya se siente cierta ansiedad en el ambiente, se acerca la hora de salir a escena. Se repasa la coreografía y la “puesta temática” como la llaman los del rubro. Todo llevará una hora y media, dos como mucho. Llegan los invitados. 

Ya estoy con el pasaporte y la visa en la mano. Veo desfilar a la estatua de la Libertad, a un jugador de fútbol americano, a un hipster celoso de su perrito de peluche, a un policía fachero y a unos raperos que perfeccionan unos pasos de break dance delante de un decorado que simula una pared graffiteada que hasta el mismo Bansky envidiaría. No podían faltar los turistas orientales, el negro con onda, el afro, el taxista pakistaní, el emblemático naked cowboy -vaquero desnudo- personaje típico de Time Square y hasta un tipo que bien podría ser miembro de la banda de música disco Earth, Wind & Fire. Estoy inmersa en un sinfín de estímulos. De a ratos miro todo pero no veo nada hasta que los indigentes me traen de vuelta a la realidad. Sí, hay dos indigentes, un hombre y una mujer, porque la pobreza no entiende de géneros. Compruebo las maravillas que hace el maquillaje que junto al vestuario les dan un aspecto desmejorado y sucio, que bien podría corresponder al conurbano tercermundista. 

Un escaparate a escala que simula la portada de una revista de moda, invita a sacarse fotos con dos jóvenes modelos que no paran de posar. Las invitadas no se pierden la oportunidad. A las adolescentes no les dan las manos para sacarse selfies y registrar todo lo que pasa. Las redes sociales arden, también. Los actores se comen el personaje y los invitados, los canapés. 

Algunas semanas más tarde, Francisco me recibe en su oficina de La Paternal. Allí se“cranean” muchos de los contenidos que después se materializan en los eventos, que precisamente de eventual, tienen poco. Lleva más de diez años trabajando en producción artística, lo que le ha permitido involucrarse en distintos eventos y relacionarse con artistas de variados perfiles. Me comparte, casi avergonzado, la historia de los “actores de baja estatura”. El pedido venía mediado por una empresa dedicada la organización de eventos. Sigo sin entender el eufemismo hasta que confiesa: “Era para un cumpleaños de quince y el papá de la nena quería dos enanos a disposición toda la noche, que sean sus mozos personales”. Sospecho que mi expresión lo invitó a seguir: “Me daba vergüenza llamar a esos actores porque su rol nada tenía que ver con la actuación, era para darle el gusto a un tipo que vaya a saber qué motivaciones o morbo tenía. Después uno entiende que es trabajo. Negociás con las contradicciones porque en definitiva, todos necesitamos trabajar. Los artistas también tienen que pagar el alquiler, comer, mantener una familia... Los bailarines, los cantantes y los músicos, los acróbatas, son absolutamente conscientes de qué es lo que los distingue y no tienen drama”. 

- No te aburrís nunca acá, te obligan a ser creativo a la fuerza... - me arriesgo a decir. 

- Y si, en producción casi todo es posible, la mayoría de las cosas que se te ocurran. Es un ámbito en donde intervienen muchas personas, no sólo los artistas, también hay realizadores, técnicos y gente con ideas, de un lado y del otro lado del mostrador. ¡Los clientes vienen con cada locura! 

Las locuras cuestan caro. Además del cachet para cada artista que participa en un evento, la productora debe contemplar un seguro de accidentes personales. Todo depende de la tarea, las destrezas y la formación del artista, pero la hora de trabajo se paga en promedio 500 pesos. El aspecto y la estética son clave y por cierto, las rarezas cotizan en alza: enanos, albinos, negros, ojos rasgados, cabelleras afro y pelirrojas, duplican la media. Lo que se dice, el juego de la oferta y la demanda. Empiezo a hacer cuentas y Francisco confirma mis sospechas: una “experiencia” como la que viví puede costarle al cliente cerca de 700.000 pesos. Incluye contrataciones, vestuarios, maquillaje, seguros, traslados, diseño de coreografía y música, algunas horas de ensayo, traslados y comida para el equipo. También los honorarios para quienes coordinan la acción in situ y la ganancia para la productora, claro. 

Antes de irme y con los invitados sentados en las mesas de un salón contiguo, repaso lo que quedó de esa suerte de exhibicionismo organizado. A lo lejos en el escaparate, ahora vacío, leo “Where dreams come true” -donde los sueños se hacen realidad-. En definitiva, cada uno sueña lo que quiere, o puede. 

A la cumpleañera no recuerdo haberla visto. 

Vuelvo pensando en todo lo que le voy a contar a mi madre. No sé ni por dónde empezar. 


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