Con el plástico bajo el brazo
Hoy en día todos compramos en supermercados. O casi todos. Debe haber muy pocos que aún sigan fieles al almacenero del barrio. Si es que aún existen los almaceneros de barrio. O los kioscos, que vienen a ser su reemplazo cuentapropista noventoso y posmoderno. Pasa que en el kiosco de la cuadra no conseguís todo lo que necesitás. Y aún si lo consiguieras, no vendrías hasta las manos de bolsitas de nylon biodegradable, húmedas y chorreando por los lácteos o alguna botella fresquita. La cosa es que esta posmodernidad nos ha empujado a los emporios del “Lleve todo, pague menos” y siempre “La súper oferta del mes”.
Una de esas cuestiones de la posmodernidad es el pago con plástico, con tarjeta, sea de débito o crédito, como quieras. Los motivos pueden ser varios: que la reducción de efectivo, la inseguridad, la comodidad, qué se yo… vos verás. La cosa es que uno va, agarra lo que necesita, lleva todo a la caja y “DNI o Cédula, por favor”. ¿Cómo que DNI o Cédula? ¿Desde cuándo? ¿Acaso la tarjeta no es suficiente prueba de mi identidad? Si yo la porto, es porque es mía. “Bueno, señor, pero necesito algún documento para comparar los datos, que sean los mismos”. Pero no traje el documento, y necesito hacer la compra. “Está bien, lo entiendo, ¿pero no tiene el registro, o algún documento legal?”. ¡La tarjeta es legal pibe, es le-gal!
Así, la conversa se torna cada vez más tensa. “Señor, usted para poder hacer la compra, tiene que traer algún documento”. Pero, ¿por qué tengo que andar con documentos? ¿Acaso estamos en dictadura? ¿O en estado de sitio y yo no me enteré? Pibe, disculpame, pero vos nos sos nadie para pedirme eso. “Entonces no puede hacer la compra, señor”. Ah, ¿no puedo? Claro que puedo, si tengo la guita. En la tarjeta, claro. Cobrame todo que me tengo que ir, haceme el favor. “Señor, voy a llamar a la supervisora”. ¡Acá no llamás a nadie, cobrame porque estoy en regla!
Además, ¿quién te puso en papel de gorra si sos cajero de supermercado? “Mire, si no tiene documento, puede pagar en efectivo y listo”. ¡Yo pago como quiero, y plata acá no tengo, así que cobrame con la tarjeta! “Señor, por favor, se está impacientando la gente. Hay cola atrás de usted. Si no va a comprar, por favor retírese”.
Pero señores, a ver, ¿cómo es esto? No hay respeto por la privacidad de uno. Ahora cualquiera nos puede pedir documentos. Soy un ciudadano libre, cumplo con mis obligaciones, laburo todos los días… pero no, parece que no alcanza. Ahora resulta que para hacer una simple compra hay que demostrar la identidad… ¡¿Desde cuándo?! ¡¿Acaso alguien conoce al dueño de este supermercado?! ¡Y no! ¡Y no! ¡Si es una sociedad a-nó-ni-ma! Claro, este sistema perverso permite que un tipo con sus amigotes tenga una cadena de supermercados para hacer lo que quiera con ella, ¡pero a un gil como yo le piden documentos para comprar tres bolsas de pelotudeces!
¡No hay derecho, viejo, no lo hay! A este pobre chabón lo ponen en esa situación pedorra. Pibe, en serio te digo, vos no tenés por qué cumplir atribuciones de la cana. Ni ahí. Y ustedes, deberían saber que el Estado tiene sus instrumentos y su gente para pedirnos lo que quieran. ¿No les alcanza con la policía, la gendarmería, la prefectura y el operativo centinela? Ahora hasta en los supermercados nos persiguen. ¿Hasta cuándo vamos a seguir bancando esto?
Está bien, yo no quiero cambiar el mundo. Me hago cargo y me banco que vivimos en un Estado capitalista, liberal, republicano, democrático, administrado por los poderes públicos. ¡Sí, me banco tener que pagar impuestos para librarnos de obligaciones civiles! ¡Delegamos, gente, delegamos el poder en otros para no meternos en tanto quilombo! Señora, sí, usted, disculpe, pero creo que no es necesario explicarle cómo funciona el país… pero bien, creo que viene al caso: la administración del Estado se divide en tres poderes, y sólo uno de ellos, uno, se dedica a hacer cumplir las leyes. Obviamente, imagino también que todos conocemos la leyes, ¿no? Bien, entonces, chabón, vos también tenés claro que está prohibido hacer justicia por mano propia. Así que si vos me pedís el DNI porque pensás que estoy estafando a esta empresa o porque estoy haciendo usufructo de los bienes de otro, te digo que los que tienen que intervenir son los pinches instrumentos del Poder Judicial y de todo el Estado: ¡la policía! ¡Pibe, no sos cómplice de ningún delito! ¡Te están usando como a un gil, te están haciendo laburar gratis para la cana! Nadie te prohíbe denunciar. Pero por ley estás impedido de impartir justicia o investigarme sin motivo de sospecha. ¡No nos podés interrogar! Todos pagamos impuestos y votamos para que eso lo hagan otros. Vos no, vos sos cajero.
El cajero aceptó. Evidentemente, le gané la discusión… o se cansó de escucharme. Seguro es más importante que la fila avance. La incomodidad de la gente que espera se mezcla con sus gestos atónitos y su confusa reflexión. Como buen ciudadano, agradecí la disposición y me disculpé ante el resto de los consumidores. Me alejé orgulloso y satisfecho, tal vez por haber ganado un debate interesante, tal vez por haber promovido una clase de instrucción cívica o, simplemente, por haber podido adquirir mis productos con esa tarjeta, pungueada en el bondi.
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