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La razón de la razón

Una pequeña reflexión sobre nuestras verdades: Cuando tener razón no necesariamente quiere decir estar en lo cierto.

Hacia mediados de los 90, el actor canadiense, Jim Carrey, se encontraba en el auge de su carrera como comediante. Su carisma y sus morisquetas le valieron un sinfín de papeles similares que se distribuyeron en aquel prototípico (y en ocasiones mediocre) formato de la comedia ATP. Sin embargo, a Carrey le funcionó muy bien. A comienzo de siglo ya estaba coronado como uno de los cómicos mejor garpos de la industria.

En 1997, salió una de sus películas más emblemáticas llamada Mentiroso, mentiroso. Esta obra cerró con broche de oro una seguidilla de films aclamados por la crítica. Y fue, durante años, una de las vacas más ordeñadas por los canales de cable.

El protagonista, Fletcher Reed, es abogado de un prestigioso bufete. Su vida gira en torno a su trabajo y a sus caprichos personales. Es exitoso y se sale con la suya, aquí y allá, siempre. ¿Su truco? Es un mentiroso implacable. Su habilidad para moldear la verdad a su gusto y conveniencia es indiscutible, funciona con todo el mundo, menos con su hijo. El día de cumpleaños del niño, Fletcher promete llegar temprano y, al no cumplir con su palabra, suelta uno de sus típicos chamuyos. El pequeño, angustiado, sopla las velas y pide como deseo que su padre no sea capaz de mentir durante todo un día. Es entonces cuando su deseo se hace realidad y Fletcher comienza a decir verdades compulsivamente.

En determinado momento de la película una compañera de trabajo lleva a Fletcher frente a los Ceos y le pide que diga lo que opina sobre ellos. El chiste es muy básico, pero no por eso hace a la escena menos memorable. El protagonista dice, en un impulso de maldición verborrágica, todo lo que detesta a sus jefes. La cosa le sale bien, todos creen que les está gastando una joda y se lo toman con la mejor onda.

Divertido, ¿no? Sin embargo, hay un pequeño detalle en lo que acabo de contar. Todo está escrito, guionado, actuado y filmado. Todo es mentira, todo es ficción. Una bella comedia noventosa.  

Jim Carrey predijo a Macri

Jim Carrey predijo a Macri

Ni yo, ni ustedes vivimos en una realidad tan artificial como la de Mentiroso, Mentiroso. Pero no la necesitamos para comprender que estamos en una sociedad que reacciona cada vez más como aquel personaje de Jim Carrey.

La polarización que disparó el despertar político de los últimos años tiene algo que ver con esto. La famosa grieta (aquel nombre que los mass media eligieron para simplificar el concepto marxista de la lucha de clases) nos llevó a elegir bandos y a colocarnos allí donde nuestras personalidades se sientan más a gusto. Las redes sociales hicieron lo suyo, nos permitieron ubicarnos con plena comodidad.

En esta riña hay de todo. Viejos y jóvenes, hombres y mujeres, universitarios y analfabetos. Pero, más allá de la variedad, los comportamientos son los mismos. Allí, por sobre el precipicio ideológico, vuelan palos que, con la fuerza del sentimiento, se estrellan con la razón y destrozan la validez de nuestros argumentos.  

Mentiras peligrosas

Desde fines de 2015, Argentina sufrió la vuelta de la derecha más recalcitrante al poder ejecutivo. El pueblo eligió mediante sufragio directo a sus verdugos y, la clase media se convirtió en ejecutora de su propia destrucción. Todavía hoy, casi cuatro años después, el oficialismo sigue contando con un apoyo inusitado.

El proceso comunicacional por el que Cambiemos sedujo a la sociedad a votar contra sí misma es harto complejo. Ni el gobierno anterior, ni la actual oposición consiguieron desarticularlo o siquiera contrarrestarlo eficientemente. Quienes estamos al tanto de los impactos de las políticas neoliberales en la región, sí hemos sabido comprender el funcionamiento de las artimañas oficialistas. Pero, aún así, fallamos estrepitosamente en crear un ardid tan seductor como para sacar a les trabajadores de su letargo y lograr que deje de apoyar a los "golden boys".

Nos hemos quedado en una suerte de juego tonto en el que nos burlamos de las capacidades intelectuales de los votantes amarillos. En los casos más leves, nos reímos de los "globertos" y de los "globoludos" y los convertimos en materia prima de nuestros chistes y memes. En los más graves, hemos perdido la paciencia con nuestros interlocutores y les dijimos todo eso que sentíamos sobre su incapacidad de diferenciar las peras de las manzanas.

Cuando nuestros amigos dicen que las fluctuaciones del dólar no les importan porque ellos tienen que trabajar igual ¿A quién no le dan ganas de decirles que son unos boludos? Cuando nuestros parientes aseguran que los volverían a votar ¿Quién no siente el impulso de confirmar en voz alta su estupidez? Cuando afirman de manera contundente que de la crisis se sale la-bu-ran-do (así, en sílabas) ¿quién no sintió ganas de abofetearlos? Muy tentador pero, por cierto, muy ineficaz.


Cuando no entendés por qué no llegás a fin de mes

Lo que dice Luis de Pedro, habla más de Luis que de Pedro

Si existe una manera exitosa de no convencer a alguien durante un intercambio argumental es apelando a su pelotudez o a su ignorancia. Normalmente, quienes votan en contra de sus intereses, lo hacen con la convicción de que están contribuyendo a la construcción de un futuro mejor, aún cuando eso sea contrafáctico.

Durán Barba entendió esto muy bien. Si bien en su libro, El Arte de Ganar, se refiere al electorado como "simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente", en la práctica se comportó con ellos de manera más edulcorada. Logró disfrazar a los lobos de ovejas con una astucia formidable. Aún hoy, después de 4 años de recesión, es difícil que el pueblo comprenda que vivir rodeados de esta jauría rapaz es, a todas luces, la perdición. Se pueden decir muchas cosas del asesor ecuatoriano, menos que haya sido poco exitoso en la venta de chascos.

Debemos replantear nuestras estrategias comunicacionales al respecto. Y esto no quiere decir que nos tengamos que rendir ante la ciega obstinación de nuestros interlocutores. Debemos poner en práctica toda nuestra inventiva. Después de todo, nosotros no queremos tener razón, lo que queremos es que los demás entren en razón.

Quizás el mayor desafío que tenemos por delante sea encontrarle la vuelta a esta máquina de posverdad tan seductora que ha creado el PRO. Si finalmente nos rendimos caeremos en un comportamiento como el de Fletcher Reed. El problema es que  difícilmente nuestras acciones sean tan graciosas como las de la película. Nosotros no tendremos risas de fondo. Probablemente nos quedemos solos, gritando y pataleando. Será un final triste, con interlocutores cada vez más alejados de nosotros y cada vez más cerca de aquella tragedia que les vendieron como fabulosa.   


Autores

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Licenciado en Comunicación, egresado de la UNGS. Conocido por su altura bastante particular y su humor cínico. En sus ratos libres disfruta de escalar palestras o tomar mate en el corredor de Muñiz, con la compañía de un buen libro o una conversación interesante. Se destaca en el diseño y las producciones audiovisuales, aunque a veces también encuentra el camino a través de la escritura. Maneja el inglés con fluidez y tiene una risa contagiosa. Siempre anda con una libreta en el bolsillo, no vaya a ser que un pensamiento se le pase de largo.