Nosotras paramos
Por Micaela Costa y Stephanie Zavala.
En la tarde del 19 de octubre, el manto de la lluvia lo cubría absolutamente todo. Las gotas se colaban hasta en los huesos, como las lágrimas heladas de aquellas que ya no podían alzar su voz por sobre la tormenta. Y sí, tenía que llover. Porque el dolor aumenta con cada vida que se pierde por violencia de género. Pero la lucha se mantiene firme. Ahora más que nunca.
La concentración estaba pautada para las 17, en el Obelisco. Aun así, el verdadero encuentro empezaba mucho antes. En una esquina, donde se juntaban amigos para viajar a la movilización. En una universidad, con grupos de estudiantes y sus pancartas, sentados en el suelo de los pasillos. En las oficinas, en los subtes, en las plazas, en los cafés, en las conversaciones de las paradas de colectivos. Hasta en el baño de una estación de tren, donde una mujer nos paró para preguntarnos, con una sonrisa: "¿Ustedes también van a la marcha, chicas?". Sin siquiera conocernos nos sentíamos todas hermanas, amigas. Es que la unión entre mujeres era clave en un día como este. El machismo puede apretarle el cuello si encuentra una mujer sola en una calle oscura, indefensa ante aquel que se cree dueño de su libertad. Sin embargo, juntas formábamos un frente único y fuerte. Juntas estábamos a salvo.
Una vez en Capital, comenzamos a caminar lentamente con las columnas de gente. La consigna de la marcha, difundida a través de las redes sociales, era vestir de negro. El significado no era poco. A diario, nos vemos bombardeadas con la noticia de la desaparición, nuevamente, de una mujer o, peor aún: con la muerte de una de ellas. Esos días, como tantos otros, nos encontrábamos de luto.
Con el apoyo de más de 50 organizaciones políticas y sociales, Ni Una Menos hacía el llamado a la acción para, una vez más, decir “¡basta!” Basta de desigualdad de oportunidades, basta de una sociedad que piensa a la mujer como objeto de consumo y descarte, basta de estereotipos de “la mujer perfecta”, basta de violencia institucional, basta de violencia machista y basta de femicidios.
Miles de mujeres, algunas pertenecientes a las organizaciones y otras por cuenta propia, marchamos unidas, cantando en contra de la misoginia, del patriarcado, del Estado ausente y cómplice. Madres con bebés en brazos, niños bien abrigados con pilotos. Hombres, de todas las edades, también nos acompañaban en la lucha. Escuchamos, al pasar, como uno de ellos explicaba: “Es que hoy tenemos que estar, por ellas”.
Nuestro orgullo y fortaleza aumentaba al saber que, aunque hacía frío y el aguacero no paraba, nosotras tampoco. Las fotos de las víctimas, en carteles que se sostenían bien alto, nos recordaban que teníamos que persistir, en nombre de ellas. Nos rodeaban las familias destrozadas, los llantos, el desconsuelo. Pero también el canto valiente de todos, dándonos la energía necesaria, las armaduras para disfrazarnos de guerreras. Sí, teníamos que seguir.
Habiendo llegado a Plaza de Mayo, tras un minuto de silencio por las víctimas, volvimos a gritar muy fuerte: “¡Ni una menos!”. Ahí, envueltas por esa multitud enorme e imponente, junto a nuestros compañeros de la universidad, nos dimos cuenta de que formábamos parte de una fecha histórica, del primer paro nacional de mujeres. Que la injusticia debía ser visibilizada y enfrentada, que nuestras voces estaban haciendo eco por toda Latinoamérica.
Mientras viajábamos en el tren de vuelta, empapadas y tiritando, nos preguntamos, con miedo, cuántas de aquellas mujeres no podríamos estar en la siguiente marcha si la violencia continuaba. Por eso, la lucha no se acaba aún. Debe persistir día a día, con lágrimas, con bronca, pero con la fuerza que nos da la unión.
¡Ni una menos: vivas y libres nos queremos!
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