Un cazador americano
Mascaró, alias Joselito Bembé, alias La Vida. Así presenta Haroldo Conti (Chacabuco, provincia de Buenos Aires, 1925) al protagonista de su última obra, publicada en 1975, Mascaró. El cazador americano. Es una historia que se le apareció, como se le apareció en su vida el compromiso con una causa inconclusa que hace eje en la emancipación de los pueblos. Con lírica y lenguaje popular se relata el derrotero de una comunidad circense de artes tomar, que vaga por mares y desiertos, para montar su propia épica latinoamericana, a la búsqueda de un destino liberador.
Mascaró es, tal vez, la expresión individual de un personaje colectivo que recorre ese camino de búsqueda atado a la creación artística grupal, con una trova que se embarca en "El Mañana" y al llegar a tierra firme conforma "El Circo del Arca", para iluminar o despertar pueblos desérticos, opacados y entristecidos, librando una guerra en la clandestinidad.
La clandestinidad es un rasgo de los integrantes de la trova circense. Sucesivos cambios de nombres y roles moldean histriónicos personajes que no pierden de vista la realización individual en el marco de una definición de identidad colectiva. Esa característica se destaca, por su mayor dimensión, en el protagonista que da nombre a la obra: Mascaró es un líder sombrío y oculto que aparece en momentos precisos y determinantes, indicando a sus compañeros el camino necesario para no perder de vista el objetivo o destino general. Su alter ego, el Príncipe Patagón, es quien anima, conquista y descubre las cualidades ocultas de todas las personas con las que va tejiendo relaciones. Las anima a abrirse, manifestarse y realizarse artísticamente.
La improvisación define maneras de crear y abordar una realidad que cambia tanto por sí misma como por la acción del colectivo protagónico. Cuando advierten esa transformación, el espíritu itinerante y bohemio se va convirtiendo en búsqueda consciente. Así, el improvisar es un recurso a la mano para tomar decisiones y cambiar rumbos si la ocasión lo requiere. Los mares son el ámbito preciso para que la vida los lleve por doquier, aunque la incertidumbre y el temor también se hagan carne en la meseta árida y ventosa. En ambos espacios, la práctica artística se revela cuando cada actor descubre sus capacidades y despliega habilidades desconocidas, para dar paso a la creación como herramienta reveladora de procesos revolucionarios. Esa metodología define un tipo de acción política, la de la vanguardia que ilumina personas y pueblos para liberarlos.
La entrega a una causa va de la mano con el disfrute por la colaboración y la ayuda mutua. Esos valores moldean la construcción de un estilo de poder carismático para ciertos personajes, una constante en muchas de las páginas escritas por Conti en la primera mitad de la década del 70. Este escritor definió en ese contexto su colaboración y entrega a la creación de una nueva sociedad, a tono con otros intelectuales y artistas comprometidos como Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Héctor Oesterheld o Raymundo Gleyzer, entre otros.
Haroldo Conti recurre a binomios para ilustrar espacios, describir realidades o presentar alternativas a sus personajes. Esas dualidades, apoyadas en metáforas y comparaciones, nos llevan a lugares contrastados, enlazados por "El Mañana" y "El Arca", dos tipos de embarcación en las que el grupo navega por mares y desiertos. El lenguaje y la cultura popular dotan al relato de "descansos" o viñetas que nos rememoran a vecinas de barrio o familiares que han hecho de la interpretación de los sueños y la quiniela un estilo de vida. Una vida cotidiana que Conti no olvida cuando describe gestos de intimidad que se convierten en breves romances, al mejor estilo de los culebrones.
Los recursos poéticos para adornar o vestir la historia y el tratamiento de los espacios y tiempos, pueden ser inscriptos en los rasgos de la narrativa del llamado “boom” latinoamericano de los 60 y 70. La utilización de un protagonista colectivo vincula al escritor argentino con autores como Rulfo o Carpentier, quienes también mostraron especial interés en la búsqueda de una identidad común para el continente mestizo. En ellos también aparecen los viajes y la indagación en el destino como cuestiones a resolver. A su vez, el árido terreno en el que vagan los personajes de Conti no es muy distinto al páramo de Rulfo o al desierto de la cándida Eréndira de García Márquez, donde elementos fantásticos o mágicos conviven con la muy secular realidad de los protagonistas.
La primera edición de la última novela de Haroldo Conti llegó a las librerías en el marco de un proyecto cultural y político tan definido como amplio: el de la revista Crisis, dirigida por Eduardo Galeano. La publicación del libro mereció en Cuba el Premio Casa de las Américas en 1975 y, en contrapartida, la evaluación de un comité de censura en nuestro país. Ese órgano afirmó que, si bien no existía “una definición terminológica hacia el marxismo, la simbología utilizada y la concepción de la novela demuestra su ideología marxista sin temor a errores".
Respecto a las motivaciones propias a la hora de escribir, Conti había dicho, en ocasión de una entrevista, en el contexto de la publicación de Mascaró, que escribía para rescatarse a sí mismo: "Podría decirles más: creo que toda mi obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas (…); en Mascaró, por ejemplo, casi todos los personajes fueron elaborados a partir de amigos míos (...) también yo me siento vivo en alguno de esos personajes". Haroldo Conti es una de las víctimas del terrorismo de Estado. Está desaparecido desde el 4 de mayo del 76, pero no ha desaparecido de la memoria popular.
Autores