Consuelo de genios
Mientras el fuego abrasaba las paredes y las columnas de Notre Dame, el juicio confundido de los espectadores divagaba en direcciones casi tan inquietantes como el errático zurco del humo de la catástrofe. En efecto, uno de los símbolos más representativos de la república francesa acababa de perderse entre las llamas. Fue así como 800 años de historia quedaron reducidos a escombros chamuscados, un final tan poco decoroso como las reflexiones que se suscitaron al respecto.
Rápidamente, las redes se llenaron de imágenes de Siria y de Irak. Todas mostraban lo que (atención, no se sorprenda) ni una televisión ni una radio comunicó nunca sobre oriente medio. Mezquitas, templos, iglesias, estatuas y monumentos reducidos a cenizas por obvias secuelas de la guerra.
El mundo parecía haber descubierto el concepto de agenda setting y tenía que mostrarlo por todas partes. Los medios seleccionan, recortan, jerarquizan y lo hacen en función de sus intereses ¿quién lo hubiese pensado? Un hallazgo. Bravo, bravísimo.
Sin embargo, el problema no fue el redescubrimiento de esta verdad de perogrullo, sino la función invisibilizadora que tomó. Para mucha gente la verdadera pérdida cultural parece no haber sido el incendio de la histórica catedral, sino todas aquellas catástrofes que se suceden en otras partes del mundo y que son omitidas por empresas que van desde de la CNN a la BBC, desde Clarín a Crónica.
Pero ¿se entiende realmente lo que significa este incendio? ¿Se entiende que la pérdida de una edificación así no sólo representa el fin de un símbolo eclesiástico? ¿tiene algún sentido la relativización de su trágico final?
“La única verdad es la realidad”, dijo alguna vez el filósofo, y quizás esa frase sirva para echar un poco de luz en medio de tanto humo. Más allá de lo que los medios muestren o dejen de mostrar, los hechos se suceden y no precisan de una cámara ni de una transmisión en vivo para tener implicancias materiales directas. Notre Dame se quemó y se dañó mucho más que una catedral. Las llamas cambiaron para siempre a un símbolo cultural que acompañó a la república francesa desde mucho antes que fuese una república ¿son, acaso, igualmente graves las pérdidas culturales en oriente medio? Sería más que una obviedad responder a esta pregunta con un simple sí. Pero así de sencillo es. Sabiendo esto, cabe preguntarse por el sentido que pueda tener la relativización del incendio.
Si mañana, por ejemplo, se quemase la catedral de La Plata y, ante la noticia, las redes se llenaran de gente que dice que la verdadera pérdida no es esa sino la de un monolito milenario bombardeado en Kazajistán, la recepción de esas interpretaciones tendría una dimensión más real y mundana. Con poca probabilidad se festejaría semejante minimización y sería raro que se celebrase lo que mande la chusma o la mayoría.
La gravedad de las pérdidas culturales son importantes, se sucedan donde se sucedan, sea cual sea el medio que las cubra. Por motivos de cercanía cultural, nuestro bombardeo mediático sigue la línea de todo aquello que nos pueda parecer cercano. Es así que todo lo que no sea afín con la sociedad occidentalizada es ignorado olímpicamente por nuestras televisiones y por nuestras radios. Sin embargo, esto no hace que las desgracias ocurridas en distintos puntos del planeta sean menos relevantes que otras.
Es bueno entender cómo funcionan los medios de difusión masiva. Es, también, apropiado conocer sus mecanismos de recorte, de selección y difusión. Es fundamental entender que estos procesos tienen una función invisibilizadora. Pero, una vez entendido esto, cabría reflexionar por qué sería útil aplicar voluntaria e individualmente sus mismos mecanismos invisibilizadores para con todas aquellas cosas que nos afectan colectivamente.
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