Las señas de Orlando Gas
“Hay distintas cabezas, distintas ideas, y eso hace que la propuesta sea un poco más amplia”
Orlando Gas siempre fue Banana Esmit es un grupo de percusión, compuesto por catorce integrantes, que usa un ensamble de instrumentos afro-latinos. Se caracterizan por la utilización de un sistema de señas para improvisar en sus actuaciones, en las que a veces los acompaña algún músico invitado. Esto último siempre ocurre en el ciclo que tienen en Il Amichi (bar de San Miguel), donde tocan el primer sábado de cada mes. En esta oportunidad, hablamos con Joaquín Mellado, uno de los tres directores estables del grupo.
-Formás parte de un grupo que se llama Orlando Gas siempre fue Banana Esmit, ¿cómo arrancaron?
-Arrancó como un taller hace cuatro años. Yo estaba militando en Nuevo Encuentro, en San Miguel, y me propusieron abrir un espacio musical ahí. Eso tuvo un par de meses de cauce, pero no había mucho interés y con algunos pocos que se coparon nos corrimos e hicimos un grupo de estudio y empezamos a laburar el tema de las señas. Ahí se empezaron a sumar personas, y cuando fue tomando color nos corrimos del contexto de taller y asumimos que era un grupo. Yo me corrí del lugar de profe, estábamos todos a la par. Hoy somos 14, la mayoría bateristas y otros más percusionistas como yo.
-¿Siempre fueron los mismos integrantes?
-Hubo idas y vueltas. El grupo de hoy tiene una constancia de dos años y ya estamos cerrados por una cuestión de números. Catorce personas son suficientes, es un número que nos viene bárbaro para cubrir todas las secciones instrumentales que plantea el proyecto que tenemos.
-¿Y el nombre cómo surge?
-Es anecdótico. Surge cuando nos estábamos corriendo del lugar de taller. Teníamos una proposición media obstinada de que sea un nombre largo y gracioso. “Orlando Gas” surge de una agenda telefónica, de un gasista; y “Banana Esmit”, de un chiste compartido con uno de los chicos que laburaba en una heladería como yo, y siempre contábamos que la gente pedía “Banana Esmit”, en vez de Banana Split. Después el nombre se fue reduciendo: hoy en día, Orlando es su identidad.
-¿Cuál es tu rol en el grupo? ¿Tenés uno específico?
-La mayor parte del tiempo dirigía yo –era el único que había estudiado y adquirido el lenguaje de señas hasta el momento–, y los músicos cambiaban de formación. Después se sumó “La Popi”, que toca en Orlando desde el principio. En los ensayos se le daba un espacio para que ella dirigiera y en vivo seguía yo, hasta que empezó. Hoy somos tres directores estables con Popi y Juanchi –otro de los músicos–, y un cuarto en preparación. Volviendo a mi rol, siempre tuve la iniciativa de que no sea tan vertical, de que lleguemos a ser un grupo más versátil no sólo para desligarme de funciones de responsabilidad, sino porque con distintos directores hay distintas cabezas, distintas ideas, y eso hace que la propuesta sea un poco más amplia.
-Y el lenguaje de señas del que me hablás… ¿Cómo es? ¿Siempre fue igual o va cambiando?
-Al lenguaje de improvisación por señas en percusión lo trae un director estadounidense, y entre los músicos que convoca para enseñarlo estaba Santiago Vázquez, director de “La bomba de tiempo”. Él tiene la idea de desarrollar unas 80 señas solamente de percusión, y eso se fue difundiendo en varias escuelas. Nosotros lo tomamos de ahí, de la escuela oficial, y tratamos de diferenciarnos en cierto punto –en cuestiones visuales lo podemos apreciar– porque si no planteamos una dinámica muy similar. Lo que surge siempre es improvisación, algo del momento y que después no se ve más. Las señas son utilizadas para todas las formaciones. Uno de los recursos básicos es seccionar –abrir las manos y seleccionar entre cada extremo– un rango de músicos para que respondan una seña, por eso siempre estamos en semicírculo y el director delante, de espaldas al público. Por otra parte, se señala con el dedo al músico que va a responder la seña, o con los dos dedos se hace un círculo grande y eso significa que la seña que viene es para todos.
-¿Y si alguno se distrae?
-Siempre pasa. El factor problemático principal es la atención. Son 13 músicos tocando y deberían prestar atención constante focalizada en el director. Como es improvisación y producción en el momento, va variando constantemente, el director no tiene ideas preestablecidas. Uno de los fundamentos que tenemos es resignificar el error: si yo secciono a tres músicos para que respondan a una seña y hay un cuarto que no tenía que entrar y lo hizo, ya está, que siga con eso y que espere un círculo musical lógico para salir. Muchas veces desde la dirección buscamos recursos necesarios para que lo que suene siempre tenga una intención.
-Y más allá de la improvisación, ¿cómo son las jornadas de ensayo?
-El ensayo es un problema porque somos muchos, pero hay varias condiciones: tenemos que encontrar un espacio que pueda alojar a 14 personas con más de catorce instrumentos –que ya de por sí son grandes–, y que tenga una acústica que no moleste. Lo más difícil es consensuar un día y horario entre todos, pero logramos tener un día fijo que son los domingos, durante tres horas. Los ensayos los dividimos en cuatro partes, ya que somos cuatro directores. Lo habitual es que cada director traiga la propuesta para el día, y se labura sobre señas o errores.
-Me decís que tienen más de catorce instrumentos… ¿Cuáles son?
-La formación responde a un ensamble de instrumentos afro-latinos. Hay una sección de “Congas”, que son instrumentos de base más cubana: son tres tambores con distintas alturas y tienen una nota musical definida, son melódicos; los “Djemebés” son instrumentos africanos más agudos; hay tambores chicos de candombe, que se tocan con baquetas o con palo y mano; los “Surdos” que son más graves y gordos y se tocan con mazos, marcan el caminar; hay una sección de “Semillas”, que son maracas, un “Shekere” –una calabaza con una red–, y un “Güiro” –el típico rallador–; y por último, una sección de “Campanas” que hacen claves rítmicas, dentro de ellas están las campanas de mano, las claves cubanas tradicionales o el “Yambloc” –campanas de plástico que tienen un tono. Aparte, el director generalmente tiene un “timbal bahiano”, que se puede tocar con palo o mano y es alto y de mucho volumen. Al timbal lo usamos para determinar un patrón rítmico específico, pero no hay mucha tendencia para que el director toque; quizás marca alguna idea, pero está utilizando las manos para dirigir.
-En sus presentaciones hay veces que no son solo ustedes, sino que hay músicos invitados, ¿cómo se organizan?
-Eso tratamos de hacerlo cada vez que se puede. Donde siempre sucede es en “Il Amichi”, un bar de San Miguel donde tenemos como ciclo fijo el primer sábado de cada mes. La propuesta es traer un músico invitado con otro instrumento –bajo, guitarra, teclado, saxo, contrabajo– que venga a improvisar con el ensamble de percusión. Tomamos la propuesta de esa persona y laburamos sobre eso. Si se puede, tratamos de ensayar por lo menos una vez para conocer el lenguaje. Siempre les damos más libertad a ellos, pero es mucho más rico si se conoce el lenguaje de señas. Además de los invitados, varios de los músicos de Orlando también tocan otros instrumentos, entonces a veces usamos ese mismo recurso.
-Además de “Il Amichi”, ¿tienen otros lugares fijos?
-Tenemos un ciclo más esporádico que se hace en “Fonola”, un centro cultural en Bella Vista, en donde hacemos una fiesta de percusión en la que hay muestra de talleres del lugar. Generalmente, la hacemos una vez cada dos meses, algún sábado del mes. Después van saliendo fechas, tocamos en el Konex o la UNGS. A veces salen algunas contrataciones de eventos, o si no tocamos en algunos bares o en algún lugar público como el “Corredor”, tocamos a la gorra y la gente se copa. La plata a veces está en segundo plano. Obvio que nos importa, pero también queremos mostrar lo que hacemos.
EL ENTREVISTADO
Joaquín Mellado estudia música hace aproximadamente diez años y está por terminar la Licenciatura en Musicoterapia en la Universidad de Buenos Aires. A los quince, empezó a estudiar percusión en el Centro Cultural La Fonola y se perfeccionó en el CERPS (Centro de Estudios de Ritmo y Percusión con Señas). En esa misma escuela, aprendió el lenguaje de señas, distintos ritmos y cuestiones técnicas; pero lo que primaba era la improvisación: “el eje de las clases era ese”. Más allá de haber incursionado en otros instrumentos, “el estudio de percusión fue constante”. Actualmente trabaja en el área de musicoterapia con chicos con discapacidad, da clases de percusión en su casa y, a su vez, tiene una banda: Orlando Gas siempre fue Banana Esmit. Es un espacio en el cual se desarrollan propuestas musicales, y su proyecto es “seguir para adelante”. En cuanto a sus objetivos personales, participa en un grupo de estudio en el cual aprenden ritmos más salseros, más cubanos.
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