Una búsqueda hacia lo interior
En su quinto trabajo como director y guionista, Pawel Pawlikowski plantea una interesante historia sobre dos personajes que intentan desbloquear una parte de sus vidas que estaba oculta. La película narra la historia de Anna (Agata Trzebuchowska), una novicia que antes de tomar sus votos se encuentra con su tía Wanda (Agata Kulesza), una jueza de vida bohemia –y único pariente vivo- que le da a conocer su origen judío y su verdadero nombre: Ida. Ambas se embarcan en la búsqueda de los restos de los padres de la novicia pero, a su vez, es en este camino al pasado desventurado que las separó en donde comienzan a conocerse y reconocerse mutuamente.
En cuanto a las actuaciones, la actriz Agata Kulesza se roba –casi- toda la película. Sus expresiones de una alcohólica llena de culpabilidad y de una mujer con mayores experiencias en la vida, marcan perfectamente el contraste con el personaje de Trzebuchowka, quien, en su primera aparición en la pantalla grande, demuestra con su gesticulación una inocencia constante y una represión generada por parte de la iglesia –y por ella misma también- tanto sexual como emocional. Es una muchacha que, al contrario de la jueza, no tiene experiencia alguna ni contacto previo con el mundo exterior.
La película está ambientada en los años sesenta y hace gran hincapié en el deterioro posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esto se observa en la escenografía: las calles cubiertas por edificios destruidos o semi-destruidos y la ausencia de toda esa gente que, luego de las pérdidas sufridas durante la guerra, deben recomponer sus vidas (como es el caso de ambas protagonistas). Otra gran característica es el silencio presente a lo largo de toda la película, ya que esto hace que se mantenga la atención en los gestos de las protagonistas y en el trasfondo de la escena. Por otro lado, los años sesenta están muy bien representados en el film: el acompañamiento de la música –la única que se oye durante los ochenta y dos minutos de duración-, brinda una gran ayuda para ubicarse en tiempo y espacio. Y no hacemos referencia, aquí, al acompañamiento de fondo –porque no existe-, sino a las piezas de jazz y rock and roll que, en este caso, le toca interpretar a Lis (Dawid Ogrodnik), un joven saxofonista que, además, es el único personaje con un rol importante -ya que tiene interacción con ambas protagonistas-. A su vez, la fotografía en blanco y negro, al igual que los silencios, suma al clímax de antigüedad y sobriedad que se puede apreciar durante toda la película.
Si bien el filme está correctamente adaptado a la época, y tanto el guión como la filmación están bien presentados, es probable que no todos los espectadores se sientan completamente atrapados por la trama: al ser una película de época puede resultar un poco lenta. Así y todo, ganadora de varios premios -incluido el Óscar a mejor película extranjera-, Ida merece ser vista ya que, además de sus grandes cualidades cinematográficas, trata, como se mencionó anteriormente, del acompañamiento que se hacen ambas protagonistas envueltas en sus propios problemas y cómo éstos logran ser solucionados o aplacados al final de la historia. La evolución de los personajes y el trasfondo de la historia oficial generan la complementación justa para dedicarle un tiempo a este gran trabajo de Pawlikowski.
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